Dragon Ball Z, amigos. Esa serie que, si la analizas con detenimiento, se convierte en un compendio de todo lo que está mal en la vida: peleas interminables, personajes con ego más grande que el planeta Tierra, y una especie de masoquismo cósmico que te hace preguntarte si no sería mejor ir a hacer otra cosa con tu vida, como tocarte las narices.
Goku buscándose unas agujetas.
Pero vamos a ser sinceros: Dragon Ball Z no es solo un anime de puñetazos y rayos. Es un estudio de los límites del ser humano (o Saiyan, que para el caso da lo mismo). Y lo que hace única a esta serie no es la lucha por salvar el universo, sino la capacidad de todos los personajes para creerse que son más importantes de lo que realmente son. Porque sí, aunque algunos no lo queráis aceptar, los personajes de Dragon Ball Z son unos genios del autoengaño. La soberbia que tienen es digna de estudio. Y el problema es que, a lo largo de la serie, te encuentras deseando tener un poquito de esa confianza en ti mismo... aunque a costa de salvar el mundo una y otra vez.
Goku: El Niño Grande con Más Suerte que Juicio
Empecemos por el protagonista. Goku, ese tipo que se pasa la vida entrenando, pero nunca parece saber muy bien por qué. Le da igual si el planeta está a punto de explotar, si los villanos son más poderosos que él o si su familia está a punto de ser destruida por enésima vez. Él lo único que quiere es pelear. Y claro, resulta que es tan bueno en eso que, cuando decide hacerle un favor al universo, lo salva. Pero, ¿sabéis qué? Que no es porque tenga un plan, ni mucho menos. Goku lo hace por pura suerte. Es un chaval que pasa más tiempo comiendo que pensando en sus problemas. Y aunque en algún punto de la serie te dan ganas de darle un par de hostias (que no se las ha dado ni un villano en toda su vida), no puedes evitar pensar: “Si yo fuera tan tonto y tan fuerte, igual también salvaría el universo sin quererlo”. Pero claro, lo mejor de Goku es que, aunque es un idiota con todas las letras, es el puto héroe, y al final te acaba cayendo bien. Quizás porque sabes que, si fuera por ti, probablemente ni te levantarías del sofá.
Vegeta: Orgulloso y Rencoroso, Pero con Sentimiento
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Nadie cruza los brazos como Vegeta. |
Y aquí está el truco de Vegeta: sabe que perderá, pero no le importa. La rabia, el rencor, la necesidad de superar a Goku… Todo eso lo convierte en un personaje que, aunque parece el villano de turno, acaba siendo el que más crece emocionalmente. No es que haya aprendido mucho, pero al menos sabe que la vida no va de ganar siempre. Va de luchar, aunque sepas que vas a perder. Eso sí, con un estilo y una actitud que hace que incluso Goku parezca un pardillo.
Freezer: El Cabronazo que Nunca Se Cansa
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Un planeta menos. ¡Viva! |
Y luego está Freezer. ¿Por qué? Porque no hay serie que se precie sin un villano de esos que parecen que no tienen fin. Freezer es el tipo que destruye planetas porque no sabe qué hacer con su vida, y lo peor de todo es que lo hace con una sonrisa. ¿Qué sentido tiene todo esto? Ninguno. Freezer no tiene grandes aspiraciones. No quiere salvar a nadie, ni dominar el universo ni nada de eso. Él solo quiere hacer daño. Y eso, amigos, es lo que lo hace tan peligroso: no tiene motivación más allá de joder al prójimo por el mero placer de hacerlo. Es un villano puro, sin excusas, sin ningún tipo de moral. Y lo peor de todo es que lo hace con esa frialdad que da miedo. Porque en Dragon Ball Z, Freezer no es el típico villano que te quiere destruir por venganza o por poder. No, Freezer es el cabrón que lo hace porque le gusta. Y eso es lo verdaderamente aterrador.
Sacrificio, Drama y Más Drama
Y si pensáis que Dragon Ball Z es solo peleas y transformaciones, os recuerdo que no. Aquí la gente se sacrifica cada dos por tres. Y claro, en una serie en la que los personajes resucitan con la facilidad con la que uno cambia de ropa, el sacrificio pierde un poco de sentido. Pero aún así, cada vez que alguien se tira al río por los demás, lo ves y piensas: “Este, al menos, sí que tiene un par de ovarios”. Es un juego de ego, pero también de sacrificios constantes. Vegeta muere, Goku muere, Piccolo también se muere (y se vuelve a morir una y otra vez)... Y, al final, todos están tan jodidamente rotos por dentro que casi te da pena. Pero, claro, luego se levantan, se sacuden el polvo y vuelven a pelear, como si nada. Porque así es Dragon Ball Z. La vida es un ciclo de sufrimiento, sacrificio y un toque de gloria de vez en cuando. Pero todo vuelve a empezar.
Así que, si alguna vez te has planteado ser un guerrero Saiyan, recuerda que ser un héroe no es tan bonito como te lo cuentan. A veces, solo hace falta un buen ego, un enemigo a tu altura, y un montón de arroz para seguir adelante.
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